detective público-privado y su unidad de investigaciones en OSE

585

Quizás porque estuvo pegado a su oficio desde que era niño, Jorge Alliaume nunca había reparado en lo particular del trabajo que hacía en la OSE hasta que, como un elogio, un integrante del Directorio se lo hizo notar. “Jorge, yo te digo esto con orgullo, somos la envidia de los demás entes. ¡Los únicos que hacemos este trabajo en el Estado somos nosotros!”, le dijo un día, Daoíz Uriarte, ex vicepresidente del organismo.

Antes del año 2005 Alliaume era jefe de Seguridad y Vigilancia. Su trabajo implicaba asegurarse de que la OSE cumpliera los decretos del Ministerio del Interior, controlar a las empresas de seguridad contratadas, y hacer procedimientos y protocolos de seguridad, entre otras tareas.

Con el poco tiempo que le restaba, también se encargaba de hacer algunas investigaciones de denuncias que llegaban sobre faltas o delitos cometidos por funcionarios. En realidad, era esto lo que más le gustaba hacer y eran tantas las denuncias que empezaban a llegar que le propuso a Uriarte —por entonces secretario general— crear una unidad específica para esa función.

Así nació la oficina de Asuntos Internos y Alliaume, que en paralelo a su carrera de funcionario estatal trabajó toda la vida como detective privado, terminó por convertirse también en detective público. Con un equipo reducido de funcionarios y tecnología como GPS para el seguimiento de vehículos, cámaras ocultas y binoculares infrarrojos que permiten sacar fotos de noche, el trabajo de la nueva unidad no tardó en dar resultados.

“De 2005 a 2010 fue un período de una cantidad de sanciones muy grande. Me acuerdo que estuvimos cerca de los dos centenares de destituciones en cinco años. Es una cifra muy alta para la administración pública”, recuerda Uriarte.

La explicación es sencilla. El trabajo de la oficina de Asuntos Internos simplificó el proceso de las investigaciones administrativas que suelen quedar atrapadas en duelos de declaraciones. En OSE, cuando se iniciaba una investigación, Alliaume y su equipo ya habían recopilado pruebas concluyentes: filmaciones, fotos y grabaciones.

“Después de eso, la investigación administrativa era solo pensar hasta dónde iba la sanción”, recuerda Uriarte.

“Inteligencia estratégica”.

La tarea de investigador no se ajusta a la burocracia del empleo público; un detective no puede hacer ocho horas y marcar tarjeta. Para que la oficina de Asuntos Internos pudiera cumplir con su función fue necesario flexibilizar el régimen de trabajo de Alliaume.

“No tiene horario esto, nunca sabés cuándo se va a desarrollar una maniobra o en qué parte de la República”, explica con naturalidad.

Algunas anécdotas que recuerda Uriarte confirman que Alliaume trabajaba cualquier día y en cualquier horario, como un 24 de diciembre en el que tuvo que ir hasta el Cerrito porque había llegado la denuncia de que un funcionario estaba parado sobre los tanques de agua, borracho, desnudo e insultando a la gente. Cuando llegó al lugar le hizo a Uriarte una precisión: “No estaba desnudo, estaba en calzoncillos”.

Con el transcurso de las investigaciones se volvieron necesarias otras excepciones. Por ejemplo, se dieron cuenta de que no podían exigirle a Alliaume que especificara el destino para el que pedía viáticos porque si lo hacía, podía filtrarse la información y frustrar su trabajo.

La tarea del detective, explica Alliaume, consiste básicamente en “recolectar información”, por eso la compara con los servicios de inteligencia. En ese paralelismo es fundamental la diferencia entre la “inteligencia policial” y la “inteligencia militar o estratégica”: la primera necesita obtener pruebas válidas para el proceso judicial, mientras la segunda obtiene información simplemente para tomar decisiones.

Para su trabajo como detective privado Alliaume se basa en los métodos de la “inteligencia estratégica”, porque la información que consigue tiene como único destinatario a su cliente. En OSE, en cambio, aplica una mezcla de las dos “inteligencias”, porque parte de los datos deben poder ser usados como prueba en procesos administrativos y judiciales.

El trabajo de Alliaume también tiene puntos de contacto con el periodismo. Se trata de obtener fuentes, confirmar su confiabilidad, recopilar datos e informaciones y, finalmente, “descubrir la verdad”. En este camino hay fuentes abiertas —las mismas a las que puede acceder cualquier persona— y las cerradas —aquellas que hay que “obtener por otros métodos”, dice.

Otra forma de acceder a datos es a través de las “operaciones especiales” (seguimientos, vigilancias e infiltraciones). En cualquier caso, simplifica, siempre es “recolección de información”.

La decisión de crear una oficina de Asuntos Internos, aclara Uriarte, no tenía como objetivo formar una “policía secreta” sino generar un “sistema de investigación” que permitiera obtener “pruebas” para las denuncias. Ya alejado del Directorio de OSE lo recuerda como una “muy buena experiencia” porque permitió, por un lado, transparentar las sanciones con hechos que quedaban “totalmente comprobados” y, por otro, dar una “señal” a los “buenos funcionarios”.

Más allá de sus elogios, Uriarte recuerda que el trabajo de Asuntos Internos generó “celo” con algunos funcionarios que “se sentían observados”. El sindicato, incluso, llegó a plantearle que contratarían un abogado penal.

Alliaume, sin embargo, no siente rechazo de sus compañeros en los pasillos y lo atribuye a su manera de trabajar. “Siempre todo con pruebas, bien documentado y ante la duda, se hace de vuelta. Entonces, por ese lado, pienso que a algún funcionario puede darle bronca, pero ante el hecho consumado nunca tuve un reproche”, cuenta.

Para Uriarte, Alliaume fue un “gran colaborador” con la virtud —poco frecuente en el ámbito de la seguridad— de “entender hasta dónde se puede ir sin violentar los derechos individuales”. El actual director Nacional de Arquitectura, se divierte repasando algunos de los casos resueltos con la unidad que él ayudó a crear: el del funcionario que llevó a toda su familia a vacacionar a las termas de Salto en un camión cisterna de 30.000 litros, el del camionero que cada vez que tenía un viaje a Rivera se desviaba a un boliche “non sancto” en Tranqueras, el del funcionario que cuando estaba de guardia nocturna echaba a sus compañeros y hacía entrar a su pareja, el de los funcionarios que pusieron un puesto de venta de alcohol en el tanque de la OSE durante el Carnaval de La Pedrera, y sigue enumerando entre risas.

Detective Jack.

Gregorio Funes es una calle tranquila, de apenas tres cuadras de largo, que pasa desapercibida en el límite de La Blanqueada con el Parque Batlle. En una de esas cuadras, igual que la calle, una agencia de investigaciones pasa desapercibida entre las casas de barrio.

En 1928 el abuelo de Jorge Alliaume, Nicasio Alliaume, decidió renunciar a la Policía y crear la empresa Detective Jack. En una oficina en Ejido y Canelones el pionero de los detectives privados en Uruguay logró por fin empezar a hacer lo que más le gustaba: investigar. La misma tarea que después apasionó a su hijo y hoy a su nieto que, casi 90 años después, sigue llevando adelante la empresa en la calle Gregorio Funes.

Alliaume comenzó a aprender el oficio de niño, cuando ya en algunos casos acompañaba a su padre. Para complementar sus conocimientos hizo cursos de “inteligencia” en Estados Unidos e Israel ya que en Uruguay no hay formación específica. De hecho, la actividad de las investigaciones privadas no está controlada ni legislada, pero “lo que no está prohibido se puede ejercer”, dice.

Aunque es un aficionado de la literatura de detectives (su personaje favorito es Rip Kirby), la vida de Alliaume se aleja del estereotipo clásico del oficio: soledad, despachos sombríos, alcohol, tabaco y romances con atractivas clientas. Este detective tiene una familia clásica, una oficina prolijamente decorada e iluminada, es abstemio y no fuma. Esas características lo vuelven el blanco de las bromas de sus colegas argentinos y brasileños en eventos de la Asociación Mundial de Detectives.

“¿Estás seguro de que sos detective y uruguayo?”, le preguntan burlándose de que tampoco toma mate.

Las particularidades del trabajo de detective lo llevaron en ocasiones a cuestionarse su rol de padre cuando sus hijos eran chicos. Más de una vez le pasaron cosas como empezar un día de trabajo en Montevideo y terminarlo en Santana do Livramento, y eso cuando todavía no había celulares para mantener a la familia al tanto.

Los mismos malabarismos que antes tuvieron que hacer su padre y su abuelo para hacer convivir la empresa con la vida familiar seguramente terminarán en esta generación. “Por ahora no hay sucesor. Arrancaron todos para otras profesiones”, dice con una mezcla de tristeza y orgullo de sus hijos.