El hombre que desapareció en el aire con 200.000 $: el enigma que el FBI no resolvió

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HÉCTOR G. BARNÉS
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17.07.2016 – 20:50 H. – ACTUALIZADO: 21.07.2017 – 17:48H.
Es primera hora de la tarde del 24 de noviembre de 1971, el Día de Acción de Gracias. Un hombre compra un billete de avión de la compañía Northwest Orient Airlines para viajar desde el Aeropuerto Internacional de Portland a Seattle. Se identifica con el nombre de Dan Cooper y, poco después, ocupa su asiento, el 18C, en el vuelo 305. Se enciende un cigarro y pide un bourbon con soda. Lleva un chubasquero, mocasines, un traje negro, una camisa blanca, una corbata negra y un pasador.
En definitiva, el típico solterón con ganas de marcha, debió pensar la azafata Florence Schnaffner cuando este le deslizó una nota entre los dedos. Estaba acostumbrada, así que se la guardó en el bolsillo sin mirarla. Sin embargo, el hombre se inclinó hacia ella y le dijo “señora, mejor mire la nota. Tengo una bomba”. Y no, no era una proposición sexual. Para que lo comprobase, abrió su maletín y le mostró un artefacto formado por ocho cilindros. Un buen argumento para pedir a cambio de la seguridad de los pasajeros 200.000 dólares, cuatro paracaídas y un camión de gasolina esperándole en el aeropuerto de Seattle para repostar.

«No estaba nervioso», confesó la azafata a los investigadores. «Parecía muy agradable. Nunca fue cruel. Estuvo atento y calmado todo el tiempo»

El piloto, William Scott, contactó al aeropuerto de Seattle-Tacoma, que rápidamente se comunicó con las autoridades. El presidente de la compañía, Donald Nyrope, autorizó el pago del rescate y ordenó a sus empleados a que colaborasen en todo con el secuestrador. Era solo el comienzo de uno de los grandes enigmas de la historia de Estados Unidos, que ha hecho devanarse los sesos a decenas de investigadores (y centenares de ciudadanos con mucho tiempo libre) a lo largo de más de cuatro décadas, sin ningún resultado: es el único secuestro aéreo sin resolver de la historia de Estados Unidos.

Que no cunda el pánico
La azafata recuerda que el tal Cooper no encajaba para nada en lo que uno podía imaginarse de un secuestrador. Era calmado, educado y hablaba lentamente. Su apariencia no era destacable. Medía alrededor de 1,78 metros, tenía alrededor de 45 años, era moreno y sus ojos eran marrones. “No estaba nervioso”, confesó la azafata a los investigadores. “Parecía muy agradable. Nunca fue cruel o malo. Estuvo atento y calmado todo el tiempo”. Era el secuestrador ideal: cuando pidió su segundo bourbon con agua, pagó la bebida e intentó devolver el cambio. Además, durante la escala que el avión realizó en Seattle para repostar, pidió comida para el resto de la tripulación.

A las 5:24 de la tarde, Cooper fue informado de que las autoridades habían admitido sus demandas, y un cuarto de hora después el avión aterrizó en el aeropuerto de Tacoma, donde descendieron todos los pasajeros y parte de la tripulación. Su plan, señaló a los pilotos, era dirigirse hacia México a la mínima velocidad posible (unos 190 kilómetros por hora), una trayectoria que les obligaría a repostar en Reno (Nevada). Sus intenciones parecían claras, ya que solicitó que se dejase abierta la puerta trasera y la escalerilla desplegada.

El avión volvió a despegar a las 7:40 de la tarde, con una reducida tripulación, formada tan solo por un piloto, un copiloto, una azafata y un ingeniero de vuelo, además del secuestrador que, sin embargo, no les acompañaría durante el resto del viaje. A eso de las ocho, después de que Cooper les pidiese que le dejasen solo en la cabina de pasajeros, la tripulación vio que una luz de emergencia se encendía señalando que la escalerilla se había desplegado. Cooper había saltado, así que a nadie le extrañó que, cuando un par de horas más tarde el avión aterrizó en Reno, no hubiese ni rastro suyo a bordo, más allá de 66 huellas dactilares y dos de los cuatro paracaídas (el tercero probablemente fue utilizado para guardar el dinero). ¿Qué había pasado?

El hombre que desapareció en la tormenta

Durante los últimos 45 años se ha invertido una gran cantidad de dinero, tiempo y esfuerzo en intentar averiguar qué pasó con Cooper, que desapareció sin dejar rastro. Parece ser que, finalmente, en vano. Esta misma semana, el FBI ha decidido que dejará de investigar el secuestro, como ha informado el medio local de Seattle ‘KIRO’. “Después de una de las investigaciones más largas y exhaustivas de nuestra historia, el 8 de julio de 2016, el FBI redirigió los recursos dedicados al caso de ‘DB Cooper’ en centrarse en otras prioridades”.

Probablemente, Cooper era un piloto veterano de las Fuerzas Armadas, ya que era capaz de reconocer con detalle la zona desde los cielos.

La odisea por identificar al secuestrador se ha alargado desde los años 70 cual culebrón televisivo. En primer lugar, concentrando los esfuerzos en la zona en la que Cooper tuvo que haber aterrizado, y sobre la que no se ha podido llegar a un acuerdo, ya que no se conoce con seguridad ni la hora exacta a la que saltó ni cuándo abrió el paracaídas, un factor que puede cambiar sensiblemente el lugar donde cayese. Si es que lo hizo: una de las hipótesis preferidas por el FBI era que el secuestrador nunca llegó a tocar el suelo, ya que cuando saltó, el avión atravesaba una fuerte tormenta sobre el río Lewis, al sudoeste de Washington.

Las primeras exploraciones se llevaron a cabo en la ladera sur del volcán Monte Santa Helena, pero no se llegó a encontrar ninguna prueba del paradero de Cooper. Muy probablemente, porque nunca estuvo allí: el piloto llegaría a declarar años más tarde que probablemente el secuestrador había caído mucho más al este. Otro investigador retirado del FBI, llamado Ralph Himmelsbach, escribió en su libro de 1986 ‘Norjak. The Investigation of D.B. Cooper’ que, si por él fuese, habría peinado el valle de Washougal. Sin embargo, posteriores investigaciones en el terreno no han encontrado nada.