
Quien tiene una reliquia, tiene un tesoro. Que se lo digan a los compostelanos, que a partir del cuerpo del Apóstol, de Prisciliano o de quien sea han levantado un emporio que en 2016 atrajo a Santiago de Compostela a cuatro millones y medio de turistas. En eso de las reliquias, los gallegos siempre han sido muy listos y los de Coria no lo han sido tanto.
Cuando, en el siglo XIX, Roma decreta barra libre de reliquias, los clérigos gallegos, con buenas relaciones en la curia vaticana, empezaron a comprar cuerpos de santos mártires y a traérselos a Galicia. Fue una campaña de imagen tremenda que favoreció el desarrollo de aquellos pueblos con santo momificado.
Así llegó Santa Orícera a un convento de Santiago, San Fidel a una iglesia de Carril, fragmentos de San Froilán a Lugo, San Eufrasio a O Incio, leche de la Virgen María a Monforte o un pañal del Niño Jesús a Allariz. Claro está que lo de los pañales del Niño Jesús da para un tratado porque están repartidos por media Europa con desigual suerte.
El pañal de Allariz no da mucho juego y tampoco el que se conserva en San Marcelo de Roma, pero el que guardan en Aquisgrán se muestra cada siete años y da lugar a una romería que mueve a miles y miles de peregrinos y con los peregrinos, ya se sabe, llega el dinero. No se extrañen de que se veneren tantos pañales divinos. Al fin y al cabo se entiende que Jesús, siendo bebé, utilizaría uno cada día. Más extraño resulta lo de los dedos de San Juan Bautista porque se conservan 60. También sorprende que se conserven 15 prepucios de Cristo. Aunque el colmo de los relicarios se lo llevan sendas botellas conservadas en el Sancta Sanctorum del Vaticano: en una se guarda un suspiro de San José y en otra, un estornudo del Espíritu Santo.
En Extremadura, la ciudad de las reliquias por excelencia es Coria, donde, además del mantel de la Sagrada Cena, se puede encontrar de todo, destacando un fragmento de la Cruz de Cristo y una espina de su corona. Lignum Via, Santa Espina y Sagrado Mantel protagonizaron durante años la Fiesta de las Tres Reliquias, que se celebraba cada tres de mayo en Coria. Miles de peregrinos acudían a la localidad, desfilaban bajo el balcón de las reliquias de la Catedral, tocando el mantel, y dejaban en la feria que se celebraba en torno a las reliquias sus buenos dineros. Pero en 1791, en un alarde de visión de futuro, el Cabildo prohibió la fiesta para evitar que se desgarrara el tapete sacro en lugar de buscar la manera de que la muchedumbre pasara bajo él sin tocarlo. Sin reliquia, ni había fiesta, ni había feria, ni había nada.
Otros mandatarios más avispados intentan hoy revivir este turismo de restos, reliquias y momificaciones. Es el caso de Sergio Rey, alcalde de Madrigalejo, empeñado con buen tino en convertir la muerte en el pueblo de Fernando el Católico en 1516 en un estímulo turístico.
Tras inaugurar en 2014 un museo etnográfico en la antigua mansión de Santa María, donde tuvo lugar la muerte famosa, se ha instalado en el mismo edificio un centro de interpretación en torno a la presencia real en dicha casa (Fernando en dos ocasiones antes de morir, Sebastián de Portugal y Felipe II).
fuente: hoy.es