Detectives pampeanos, la mirada oculta

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Antes de comenzar a leer este artículo, tómese un segundo, levante la vista y mire a su alrededor. Ahora sí. Retome la página pero sepa que en este momento, mientras avanza en el texto, alguien podría estar observándolo, no sabemos con qué fines.

En caso de que usted aproveche la mañana para leer LA ARENA en su lugar de trabajo, le recomendamos que baje las piernas del escritorio. Uno nunca sabe cuándo se convierte en objetivo de un detective privado.
“Cada policía que se retira de la fuerza se mete a trabajar en una agencia de seguridad. Algunos se dedican a la investigación. Yo hace más de 20 años que estoy en esto y este es mi carné. Nos habilita el Jefe de la Policía”.

El queVigilantes del sistema.
De la vigilancia a la investigación privada hay un pequeño trecho. Generalmente los servicios personalizados de nuestro detective son convocados por empresas que tienen sospechas sobre empleados infieles, pero también por hombres y mujeres creen estar siendo engañados por sus parejas.
“Esto es como la vida, hay cosas que se dicen y no se hacen y hay cosas que se hacen y no se dicen. Ahora, cuando sale un trabajo, es generalmente para empresas. Las investigaciones por cuernos dejaron de ser negocio cuando se reformó el código civil. Antes, confirmar el adulterio era un argumento para poder divorciarse. Hoy se separa cualquiera. Uno dice se acabó y se acabó”, reflexiona el hombre que llegó años atrás a seguir a un juez Federal por pedido de su mujer.

Robarle a todos.
En la provincia de La Pampa hay 23 agencias de vigilancia y seguridad habilitadas -15 en Santa Rosa, 5 en General Pico, 2 en Toay y una en 25 de Mayo- que se ocupan de controlar casi todo lo que ocurre en empresas privadas y reparticiones del Estado: horarios de entrada y salida de los trabajadores, el estado de los vehículos oficiales y de las empresas y los niveles de combustible y el control de stock de bienes e insumos. Las firmas emplean a 673 vigiladores privados -los registrados- y facturan 600 millones anuales.
Algunos vigiladores lo hacen desde adentro de las instituciones o firmas, visiblemente identificados -el trabajo de los serenos y vigilantes- mientras que otros lo hacen de incógnito. Con solo mirar los periódicos provinciales, basta para dar cuenta que uno de los principales delitos por estos lares es el robo al Estado, desde los “hurtos hormiga” hasta truchadas de millones.
De manera particular, algunos “vigilantes” son contratados por estudios de abogados de la ciudad para juntar pruebas que sirvan para algunos litigios más allá de lo que pueda investigar el fiscal o la policía.

Dos casos para el mismo hombre.
Un caso que aporta nuestro misterioso detective. Hace 7 años el dueño de un restaurante se dio cuenta de que le faltaba carne de las heladeras. Aunque el principal sospechoso era el cocinero, nunca puso sorprenderlo in fraganti. El caso se resolvió de la siguiente manera: después de varios días de seguimiento, el investigador concluyó en que el hombre sacaba la basura antes de irse a su casa y que camuflaba entre los desechos una bola de lomo, un peceto, algún corte de asado. Por supuesto, el dueño del restaurante se ahorró el juicio laboral y directamente, con las pruebas en manos, echó al empleado infiel.
Otra vez, el dueño de una acopiadora de granos contrató a nuestro detective porque sospechaba que los camioneros que viajaban al puerto de Bahía Blanca llegaban con menos cereal del que habían salido en La Pampa. Finalmente se descubrió que en un lugar determinado del camino, los camioneros frenaban a comer y que dejaban el camión a merced de una persona que en un momento determinado aparecía con una carretilla y la arrimaba a la boquilla del camión. Todo con el consentimiento de los choferes.

Elementos de trabajo.
Para realizar sus tareas de seguimiento, el detective se sirve de una cámara de fotos, a veces de una filmadora. “Ahora estamos por comprar una cámara con visión nocturna. Pero hay que pedirla afuera porque acá no la tienen”, dice el detective que reconoce que siempre “colaboró con la policía”.
“En este trabajo -agrega el hombre- hay que luchar con la ansiedad del cliente. El que te contrata quiere resultados y te vuelve loco por teléfono. Te llama todo el tiempo para ver si pudiste averiguar algo. Por un seguimiento de una semana acá en Santa Rosa se cobran 10.000 pesos. La mitad por adelantado y la otra mitad al final del trabajo. Hace poco me contrataron para seguir a un empleado que tenía parte de enfermo pero que estaba trabajando en otro lugar. El caso fue fácil de resolver, cobré 3 ó 4 lucas”.
-¿A quién no seguiría nunca? ¿Qué cosas no hace?
-No seguiría nunca a un policía. Tampoco soy un patovica o un matón. Una vuelta, en plena campaña electoral, un candidato me pidió que le de una paliza a otro que vivía en el oeste. Por supuesto le dije que no, yo no me dedico a eso.

“La Pampa no es gran mercado”.
“Serios, honestos y confiables. Los únicos que trabajamos de manera efectiva en Santa Rosa. No se deje engañar”. De esa manera publicita sus servicios en Internet una agencia porteña de investigadores privados.
“Trabajamos en La Pampa, pero la verdad es que no hay un gran mercado. Viajamos una o dos veces al año, no más. De diez que te llaman, nueve no pueden pagarte. La mayoría de las consultas son por infidelidades”, dice por teléfono la voz de la compañía.
Van los precios: seguimiento a una persona durante una semana de lunes a viernes cuesta $21.000; durante un fin de semana $16.500. Las tarifas incluyen fotos, videos, e informes. El “pack premium” de seguimiento por infidelidad -añade investigación telefónica- cuesta $30.500. A eso hay que agregarle los gastos de combustible (un tanque de nafta).
La forma de pago: un cuarto del valor al contratar, un cuarto del valor al llegar a Santa Rosa, un cuarto al tercer día de trabajo y el resto el quinto día de trabajo.

La detective privada.
Son las 20.16 y la detective privada acaba de terminar una guardia de 12 horas. Se siente cansada. “Me acordé que en la heladera no hay nada para comer. Paré para comprar comida” dice por teléfono desde algún rincón de la ciudad e Buenos Aires. Tiene 50 años, una pareja, hijos no. Es dueña de una empresa de detectives y tiene tres empleadas. Desde 1995 se dedica a seguir gente por las calles pero nunca vino a La Pampa porque no hay negocio.
“La gente que llama tiene arriba de los 30 años. Más del 90 por ciento es para confirmar sospechas de infidelidad. Las traiciones se cometen entre compañeros de trabajo, ese es el mayor el porcentaje de engaño. También nos contratan padres para seguir a sus hijos, para saber cómo se comportan y la gente con la que se juntan”, dice la detective que asegura no haber seguido nunca a un policía, a un famoso o un político. “Seguir a un policía es complicado, son colegas y no tardan en darse cuenta”.
-¿Cómo es el horario de tu trabajo? ¿Cuáles son tus herramientas?
-El horario lo impone el cliente, es decir la persona investigada y sus horarios. Mi única herramienta es un celular con una buena cámara. Lo importante es nunca mostrar la cara. El año pasado nos han llamado para salir en la tele. Salí en Infama (programa de América) pero siempre con el rostro tapado.
-¿Te descubrieron alguna vez?
-No, hasta ahora no. Lo importante en este trabajo es sentirte seguro, hacerlo todo a conciencia. Esa es la manera de no tener miedo. La calle está peligrosa y hay que tener los ojos abiertos.

Amparados por la ley.
En 1984, la Cámara de Diputados aprobó la Ley 825 que rige la actividad de investigadores y vigilantes privados. La normativa, más de la dictadura que de la democracia, parece haber sido confeccionada por la propia Policía de La Pampa, que casualmente es la autoridad de aplicación. Allí se indica que los vigiladores están habilitados para hacer “averiguaciones de orden civil, comercial y prelaboral” pero que “informaran por escrito a la autoridad de aplicación en él termino de veinticuatro (24) horas lo siguiente toda investigación, tarea o servicio que le fuera encomendado”, habla y muestra con orgullo su licencia personal es uno de los tantos detectives privados de la ciudad. Un hombre como cualquier otro, con cara de abuelo bonachón y lentes de aumento colgados en el pecho. En algún momento supo ser policía, pero cuando su carrera terminó se metió a vigilador.

En poco tiempo armó una empresa que hoy tiene 30 empleados y que se ocupa de la seguridad de algunos barrios de la ciudad, de algunas empresas y hasta trabaja para el Estado provincial.